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Retorno al hogar: lo que sucede alrededor de una mesa

“Quien bien te quiere, te hará llorar” seguramente sea uno de los refranes populares españoles que más detesto; con esa cosa rancia y desfasada de tiempos antiguos que desprende el refrán y provoca que se alarguen las palabras más de la cuenta por la caspa que contienen que hace trabarse la lengua a cada movimiento.

En “Retorno al hogar” del Premio Nobel Harold Pinter hay un poco bastante de eso.

“Retorno al hogar” nos sitúa en una casa de Londres plagada de ostracismo, decadencia, envidia, desidia vital, sueños rotos, comida pésima y un ambiente asfixiante que secuestra a los personajes, sin permitirles la libertad ni dentro ni fuera de la familia. Hay algo que no les deja marchar de la casa y, al mismo tiempo, les convence de que echarán de menos aquel ambiente si es que se atreven a abandonarlo. Una especie de “ni contigo ni sin ti” en la que somos lo suficientemente conscientes para detectar la toxicidad y lo bastante cobardes para no querer huir de ella. ¿Y si el ambiente de allá afuera es peor? ¿Y si la burbuja desagradable en realidad es un mecanismo de protección? ¿Y si…?

Hace años que no habita una mujer aquella casa. El viejo Max vive con su hermano Sam y con sus dos hijos, Lenny y Joey. La vida simplemente transcurre, nunca en paz, pero transcurre.

Un día aparece por sorpresa Teddy con su mujer tras seis años sin pisar aquella casa. Ahora vive en Estados Unidos, ha estudiado filosofía y tiene una brillante carrera como profesor y escritor. Parece que lo ha conseguido todo y podría darse por satisfecho, ¿puede que necesite volver? ¿Se siente extraño sin aquella atmósfera? La mala energía de la que se nutre la casa y los roles de cada uno de los personajes realmente son los protagonistas. Porque esta historia no va de Teddy, de Ruth, de Max, de Lenny, de Joey o de Sam. Va de los roles que asumimos los seres humanos en nuestros grupos o en la sociedad, de las burlas y los miedos, las herramientas que tenemos para defendernos o del orgullo que nace en situaciones desagradables. De aquellos hombres que sólo saben lanzar piedras a su propio tejado para absolutamente todo: con tal de llevar razón, para no asumir sus propios fracasos, para fingir que no existe el miedo (no es que no haya miedo, directamente no existe), para no tener que enfundarse en el perdón o en el cariño…

Pinter juega con los personajes, los diálogos, las acciones, los silencios y enreda la escena en un caos de tensión y una marea de resentimiento y reproches: la comida, la filosofía vital, la ropa, los hobbies, las decisiones, la imagen sobre el otro…

Lo que más he disfrutado del texto es la participación del público, ya que, siguiendo su estilo único, su estela rebelde y su personalidad irreverente y provocadora, Pinter parece saltarse algunas páginas o momentos, como si viéramos una vieja cinta casera en VHS en la que hay partes borradas por el tiempo, aunque su esencia sí se deja entrever. Es ahí donde el espectador – actuando una vez más como voyeur frenético – debe formar parte activa de la historia y tirar de su imaginación para unir las piezas y los detalles de la escena y los diálogos y rellenar esos huecos mínimamente perceptibles con sus propios detalles, añadiéndolos de su propia cosecha para dar redondez a la trama.

Esta versión a cargo de Daniel Veronese (Premio Max Iberoamericano) cuenta con la participación de un equipo actoral de primera con rostros tan conocidos como Miguel Rellán, Alfonso Lara, Fran Perea, David Castillo, Juan Carlos Vellido y Silma López. Todo un equipo cohesionado, pese a los malos rollos entre los personajes, que se ha tenido que enfrentar – y no es tarea fácil – al estilo de Pinter y adaptarse a sus juegos poco convencionales y carentes de lógica.

A través de la más absoluta cotidianeidad, pues toda la obra transcurre en un salón y alrededor de la mesa, se recrea un ambiente cargado de tensión y provocación.

Estrenada en 1965 bajo el nombre “The Homecoming”, esta obra se representó por primera vez en España en 1970, en una sesión única que acogió el Teatro Marquina bajo la tutela de Luis Escobar, todo un referente en el mundo del teatro. Después llegarían otras representaciones en la Sala Olimpia con un Javier Cámara treintañero o el Teatro Nacional de Catalunya en el año 2007 y ahora en el Teatro Fernán Gómez.

De EE. UU. a Londres y de Londres en un viaje itinerante por teatros de Madrid, Murcia, Guadalajara, Burgos, Málaga, Toledo y Rivas Vaciamadrid. Con la casa y la tensión a cuestas, nuestros protagonistas tienen trabajo por delante.