Categorías
Cultura Espectáculos y teatro Teatro

El monstruo de White Roses: Emily Dawson a través del televisor

Decía Fernando Pessoa, poeta, escritor y dramaturgo portugués, que el inventor del espejo envenenó el corazón humano. Casi 90 años después podemos añadir a la frase un responsable más: los medios de comunicación.

Nos encontramos en los aclamados años 90 en Ohio. Un sótano extraño, repleto de cajas de zapatos, desordenado, frío, oscuro. Hay cadenas por el suelo, un colchón desvencijado y todo un ambiente de misterio y extrañeza. El miedo no aparece (todavía).  En el escenario nos recibe de espaldas una chica de ojos llorosos y alma rota. Frente a una cámara nos cuenta su historia: se llama Emily Dawson y, al igual que Alicia, también ha atravesado espejos y pantallas. 

 

“El monstruo de White Roses” es un thriller teatral escrito por Jesús Torres e interpretado por Víctor Palmero y Lucía Díez, rostros conocidos de la televisión y los escenarios.

 

“I ́m here! Help!”, fue el grito de auxilio que despertó al tranquilo barrio de White Roses, en Ohio, una mañana de abril. Aquella voz apesadumbrada y llena de energía era la de Emily, la joven adolescente secuestrada casi un año atrás. ¿Y su verdugo? Harry Coleman, el zapatero del barrio, un hombre esquivo pero tranquilo, quien la había sometido a toda clase de abusos y torturas en el sótano de su casa. Y así es cómo Harry pasó a la Historia de América como el Monstruo de White Roses. Y así es cómo el caso de la desaparición de Emily Dawson dio la vuelta al mundo y estuvo presente de manera repetitiva y sensacionalista en los noticieros y periódicos dando pie a la llamada “década de las desapariciones”.

En un mundo actual dominado por los medios de comunicación, las redes sociales – qué curioso que la publicación de este artículo coincida con el veinte aniversario de Facebook –, el mensaje rápido, fugaz, viral y de olvido más rápido todavía, el contenido vacío, el clickbait y la nula crítica del periodismo hacia el periodismo este thriller teatral se hace más necesario que nunca. ¿Y qué mejor forma que criticar el rol de los medios, usuarios, productores y consumidores que mediante una historia truculenta y morbosa? Porque no nos olvidemos que si hay una forma criticable de contar una noticia atroz es porque hay espectadores dispuestos a escucharla y a humedecer los labios. Por eso, resulta tan interesante que en los Teatros Luchana donde se representa la obra, el espectador se vea obligado a entrar a la zona de butacas por el escenario, como si también fuera parte de la cadena, del entramado.

Como en una especie del Mito de la Caverna de Platón, el espectador es puesto frente a un escenario repleto de sombras y cadenas, en el que los actores cuentan una historia que, poco a poco, se va complicando y enroscando en el misterio para dar un sorpasso final.

Cuenta el director y dramaturgo que el proceso de creación ha sido apasionante y que, a raíz de escribir una escena, ensayarla y pulirla nacía la siguiente. Así se forma una obra delicada, con unas interpretaciones fascinantes y más profunda de lo que aparenta. El rol de los medios de comunicación y el sensacionalismo del que se han nutrido la sociedad y los medios, unos para hacer caja y audiencia, otros por querer una víctima sobre la que llorar y volcar sus penas y miserias, como si la desgracia de un desconocido nos sirviera para darnos cuenta de la felicidad (a veces escondida) de la que gozamos. Todo un mecanismo fatal y falto de sensibilidad que entronca lo más negro del ser humano.

Pero también nos habla del juego de los espejos y de las máscaras que ponemos a los demás de una forma prejuiciosa y automática y ahí creo que radica lo más interesante de la obra. Como si no viésemos la escena realmente completa, algo parecido a las sombras que veían los hombres presos de la caverna. ¿Se experimenta una cierta liberación cuando se cierra el telón?

“El monstruo de White Roses” es un retrato de una década en la que las noticias espantosas copaban portadas y espacios con entrevistas mordaces y documentales frívolos. Tiempos oscuros en los que surgía toda una hazaña acompañada de la creatividad más visceral para ver quién se llevaba a la audiencia de calle, quién arrasaba y qué medios conseguían más telespectadores pegados al televisor. De hecho, la propuesta de Jesús Torres es innovadora, ya que se nutre de documentales de este género producidos por Netflix y puesto que combina la dinámica narrativa clásica del teatro con otras formas audiovisuales más actuales.

Todo esto, con el aumento de las tecnologías y el apego – a veces nocivo, todo sea dicho – del móvil y las redes sociales ha mutado a lo que conocemos hoy en día como true crime. ¿Cuántas veces leemos una noticia horrible en alguna red social y nos entristecemos o nos enfadamos con el mundo para, en un segundo después, pasar a otro vídeo, otra foto random?  ¿Existe un limbo con todas las sensaciones que nacen en un segundo casual para morir en otro segundo posterior y casual?

¿Cuántas tragedias en portadas y medios empañaron su verdadera desgracia? ¿Nos acordamos de las víctimas o sólo de la que fue más comentada, más viral? ¿Hay velas para todas ellas? ¿Un caso eclipsa otro caso? ¿Las víctimas logran en algún momento mirar hacia otro lado y seguir con su vida?

Harry Coleman y Emily Dawson se van desnudando, psicológicamente, en el escenario, conversando y ejecutando un retrato perfecto de su cotidianeidad, dando pie a que el espectador vaya elaborando una ficha policial de los hechos y de la psique de cada personaje, para confirmar lo que reconocía Hitchcock: que a cualquiera le gusta un buen crimen, siempre que no sea la víctima. Aunque, a veces, convertirnos en víctimas pueda ser la perfecta solución. Han pasado más de 30 años desde el incidente y hay quien asegura que ha visto a Emily Dawson por alguna calle de Ohio. Hoy, tantos años después, se sigue buscando carnaza: ¿cómo es Emily hoy?, ¿ha olvidado lo que le sucedió?, ¿cómo consiguió salir adelante?, ¿cómo lucha contra las secuelas? Al igual que José María Íñigo, la gente quiere saber…. ¿Estará de nuevo Emily Dawson pronto en sus mejores pantallas?

Categorías
Cine Cultura Especiales Eventos

Luces, cámara y acción: ¡viva el cine español!

INT – SALA DEL CINE DORÉ, MADRID – TARDE

Se ve una sala grande y bonita. Impacta: los colores intensos del rojo de las butacas con techos pintados en azul provocan en el espectador un tímido latido. El tiempo parece detenerse. El piano, aunque tapado, rememora viejas épocas, pero no hay espacio para la melancolía ni la degradación que provoca el tiempo en la memoria de los españoles, siempre tan azotados por el pasado que se volvieron olvidadizos. El Cine Doré, con la esencia de siempre acoge lo antiguo y lo moderno, lo clásico y lo contemporáneo: alguna de Marilyn Monroe, otra de Concha Velasco y mañana una presentación en la cafetería. El Doré, como las buenas películas, se mantiene intacto, con gusto y vitalidad. ¿Será que también él se impregna de la magia del cine?

Entro en mi habitación y observo en la pared las claquetas ancladas. En ellas se pueden leer hasta treinta y tres autógrafos: Julieta Serrano, Pedro Almodóvar, José Sacristán, Lola Herrera, Fernando Trueba, Julia Gutiérrez Caba o Antonio Banderas, entre otros. Al otro lado, visten la pared un grabado de Cocteau y la colección de programas de mano de películas de Sara Montiel. 

 

El cine me lleva acompañando prácticamente desde que nací. En mis recuerdos de infancia, aparecen las famosas películas de Disney; en mi adolescencia, sobre todo, las chicas almodóvar que tanta compañía me dieron y; en mi juventud… ¡Cuántas tardes en la Filmoteca Española!

 

Aunque denostado por cierta parte de la población, no podemos negar que el cine español ha conseguido un hueco internacional, que ha contribuido a ensalzar la marca España más allá de nuestras fronteras y que algunas personas del panorama patrio se han convertido en Historia del Cine. Desde Conchita Montenegro y Saritísima, las pioneras en conquistar Hollywood, hasta Ana Mariscal (no sin polémica por su aparición en “Raza”), hoy considerada una de las mejores directoras a nivel europeo del siglo XX, haciendo escala en el Landismo como filosofía vital o el ataque de nervios como estado permanente (eso sí, con estética pop y mucho maquillaje). Sin olvidarnos tampoco de nombres de reputación como Luis Buñuel, Mario Camus, Carlos Saura o Pilar Miró, pionera del sector audiovisual en España o directores actuales de la talla de Isabel Coixet o Alejandro Amenábar. ¡Todo un paseo de la fama con una retahíla enorme de nombres!

Aquel “Pedrooooooo” de Penélope Cruz en la gala de los Oscars del 2000. El “Do you want to fight with…” que espetó Sara Montiel a Gary Cooper, pronunciando “fight” como “fuck” y la respuesta de este bien sonada: “Of course, Sarita”. Berlanga como fetichista confeso, la tristeza que escondían los ojos de Gracita Morales, la volcánica Amparo Rivelles que siempre hizo lo que quiso o el “váyase usted a la mierda. ¡A la mierda!” a un fan de un Fernando Fernán Gómez con la misma cantidad de talento que de carácter. Más allá de escenas, planos, diálogos, historias o premios, el cine español nos ha regalado momentos auténticos y memorables.

La primera proyección pública en España data de 1896 en Madrid y fue a cargo, cómo no, de un operador de cámara de los hermanos Lumière, Alexandre Promio, pionero de la cinematografía. Para 1897 se rodó “Riña en un café” del director catalán Gelabert, considerada la primera película española con argumento, pues anteriormente se habían grabado escenas breves cotidianas de carácter documental. Eso sí, no podemos obviar que esta película dura apenas un minuto.  Ya entrados en el siglo XX, se suman a la lista nombres como Ricard de Baños, fundador de la productora Royal Films, que rodaba películas dirigidas claramente al rey Alfonso XIII (incluyendo películas de carácter pornográfico) y Segundo de Chomón, especializado en cine fantástico, revolucionario técnico y genio de los trucajes. Todos ellos convirtieron Barcelona en un epicentro del cine español durante dos décadas.

Tras la guerra civil y en la primera década de la dictadura franquista las alfombras rojas, cubiertas con algo de caspa – todo sea dicho –, las desfilaron personajes como Sáenz de Heredia, Juan de Orduña o Carlos Arévalo con un cine bélico, épico, histórico y de carácter nacionalista, ocupando las pantallas, sobre todo, Alfredo Mayo, quien se convertiría – orgulloso o no – en el héroe franquista. Hablamos de películas como “¡A mí la legión!”, “Harka” o “El Santuario no se rinde”, entre otras. En el otro bando, destaca Edgar Neville, una de las figuras más icónicas del cine español, no tanto por su filmografía, sino por su eterna curiosidad, las amistades internacionales y momentos estelares tales como su epitafio: “Aquí yace Edgar Neville, que al final se quedó en los huesos”, riéndose de la obesidad que le acompañó al final de su vida.

Un 6 de octubre de 1951 finalizaba el rodaje de la película “Esa pareja feliz”, escrita y dirigida por dos titanes de nuestro país: Berlanga y Bardem. Junto a ellos, en pantalla, Fernando Fernán Gómez, Elvira Quintillá y José Luis Ozores, incluyendo una aparición de Lola Gaos y Matías Prats, la famosa voz del NO-DO. No sería hasta 2021, en plena pandemia, cuando el Consejo de Ministros decidía concederle un día especial al cine español. ¿Y qué mejor opción?

Llegados los años 50 se produce un punto de inflexión: la creación del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC), hoy conocido como la Escuela Oficial de Cine. El Instituto supuso la formación técnica y vocacional para aquellos jóvenes que después serían maestros y que originarían el llamado Nuevo Cine Español.

Bajo un ambiente reformador, se comprendió que el cine debería abordar temas sociales, ser más realista y cercano al público de masas y contar con mayor nivel intelectual. De todos aquellos alumnos que pasaron por la escuela, cabe destacar las tres primeras mujeres que se diplomaron: Josefina Molina​ y Cecilia Bartolomé en dirección y Pilar Miró en guion. Otro de los puntos clave fue, con la intención de dar una mejor imagen de España a nivel internacional, la creación del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, el más longevo de España y uno de los más prestigiosos a nivel europeo. De hecho, acogió a un Roman Polanski que iniciaba su andadura, el estreno internacional de “Vértigo” o una Bette Davis retirada, sombra de lo que fue.

Con la muerte del dictador, España se sumaba en una ola de libertad y libertinaje a partes iguales; acabada la censura y habiendo inaugurado la democracia se abría un mundo de posibilidades creativas. Por un lado, aparecía el denominado “cine de destape” protagonizado por la pareja de cómicos Pajares y Esteso, por el otro, la Casa Costus se convertía en epicentro de la movida madrileña y, más allá, Eloy de la Iglesia ponía el foco en el cine quinqui, marca de la casa del director y guionista vasco. Para 1987 se inauguraban los Premios Goya, una edición muy lejana de la gala actual, por su corta duración y sin dejar espacio para discursos, números musicales o photocalls. 

Ya entrados en el siglo XXI, España cuenta con más de 70 festivales de cine, siendo Cataluña y Madrid las regiones estrella con festivales de referencia como el de Sitges o Festival de Cine de Madrid. En términos de datos, para 2022 se recuperó la situación pésima de la pandemia – en 2021, tuvimos el peor dato de facturación de lo que va de siglo –, llegando a los 82 millones de euros recaudados y un total de 705 películas exhibidas.

En cuanto a posicionamiento internacional, no podemos obviar a Carla Simón, ganadora del Oso de Oro de Berlín en 2022 con “Alcarràs”, sobre todo, teniendo en cuenta que hacía 40 años que España no se llevaba la estatuilla y que siempre la han ganado hombres. Desde aquel primer Oscar ganado por España en 1983 con “Volver a empezar” de Garci (sin olvidar que el primer español en ganarlo fue Buñuel, exiliado por la dictadura y francés de adopción), han llovido unas cuantas nominaciones y galardones: Almodóvar, Bardem, Amenábar, Trueba, Penélope Cruz…

Centrándonos en las mujeres, es grato reconocer que cada vez hay mayor representación en el cine español. Son las propias mujeres las que dan el salto a dirigir, montar, producir o escribir sus propias historias, dejando de lado aquellos papeles arcaicos en los que son meros objetos. Y es que para ser un país que siempre vive de las musas, resulta poco agradecido. En este sentido, cabe nombrar la labor de CIMA (asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisuales), quienes contribuyen y abogan por una representación plural, diversa y de calidad, haciendo hincapié en todos los niveles técnicos, artísticos, de representación y de producción. Además, rizando el rizo, este 2023 celebramos los centenarios de Ana Mariscal, Margarita Alexandre y Lola Flores (y José María Forqué).

Todo un año para conmemorar el cine español, su legado, su historia, sus anécdotas y sus personajes. Ahora sólo toca esperar al 10 de marzo de 2024 para ver si “La sociedad de la nieve” de Bayona se alza victoriosa en la categoría de Mejor Película Internacional en los Premios Oscar. Para finalizar, me despido con uno de mis diálogos fetiche, a ver si los cinéfilos saben reconocerlo:

 

 – Qué heavy eres, Juana

– Soy auténtica, señora.

 

Auténtico o no, aquí va mi homenaje para el cine español que sirvió como refugio, como salvador, maestro, mentor y distracción en una época en la que encontrarme a mí mismo fue obsesión, enfermiza, casi diría. Y desde luego no sería lo que soy si ciertas historias no me hubieran enseñado modelos de conducta u otras realidades. ¿La magia del cine? Confirmaría que es esa: mostrarte un camino o abrirte una ventana y al final poder decir «aquí es». Y aquí soy yo, en el cine y para el cine: un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo.

Fundido a negro.

Créditos: Alejandro Pérez con guion de Rafael Azcona, música de Alberto Iglesias, vestuario de Peris Costumes y dirección de Arantxa Echevarría.

Categorías
Cine Cultura Espectáculos y teatro Eventos Televisión

Carmen Sevilla: ovejitas, algo de rock&roll y la picardía ingenua

Hay personas que alcanzan la figura, la sombra o la mantilla de mito y eso les permite no desaparecer nunca. Avanza cruel y distante el tiempo y sólo unos pocos privilegiados consiguen traspasar esa barrera, con sus anécdotas, sus historias y sus hitos.

Conocí a Carmen Sevilla de niño, en un televisor que no era plano, no tenía Internet integrado y tenía más culo que calidad. No eran los 90, no era el telecupón. Por cosas de la edad, yo descubrí a Carmen Sevilla con Cine de Barrio. Me sentaba en el sofá de Moratalaz con mi abuela y veía a aquella señora maquillada, con un peinado muy parecido al de mi abuela, como recién salida de la peluquería, de sonrisa de Gato de Cheshire que transmitía luz propia…

Aún me acuerdo hoy de sorprenderme por ver a la que podría ser mi vecina del bajo que me regalaba caramelos cada vez que pasaba por su puerta, presentando un programa de televisión, sentada en un saloncito bastante parecido al nuestro, rodeada de gente divertida y sonriendo con los ojos.

Quizás estas mujeres, algunas de verso en pecho, otras de baberos de esmeraldas, todas empoderadas e iconos, nos han educado a una generación entera, mostrándonos que los límites en cuanto a edad y género son absurdos y que la personalidad (mucho más que la belleza) puede resultar la mejor baza para jugar y ganar.

 

Se va la novia de España, la que generaba suspiros a su paso, la que rechazó Hollywood por miedo, la que popularizó que las estrellas participaran en campañas de publicidad. Aquella mujer torbellino que encandiló a personajes de la altura de Charlton Heston, Cantinflas, Frank Sinatra, el torero Carlos Arruza o Marlon Brando.

A Carmen Sevilla no me la volví a cruzar hasta mucho después. Ya sería de adolescente cuando me topé con su faceta de actriz y con su cine y sus canciones. La misma mirada, el mismo ímpetu, la misma bondad. Comenzó su carrera muy joven, en 1946, bajo la pupila de Estrellita Castro. Para 1949 obtendría su primer papel protagonista acompañada de Jorge Negrete en “Jalisco canta en Sevilla”, la primera producción hispanomexicana de la Historia y que supuso un éxito. Además, el primer beso que dio la actriz en su vida fue en esta película, con 16 años. Le seguirían “La hermana San Sulpicio” con Imperio Argentina, “Gitana tenías que ser” con Pedro Infante y Estrellita Castro o “Violetas imperiales” junto al tenor Luis Mariano, siendo su última cinta en 1978 junto a Bárbara Rey y el cantautor Juan Pardo. España, Francia, Italia, México y hasta Hollywood…, todo un mercado internacional que se quedó prendado de la actriz.

Su carisma y su belleza la condujeron a ser una de las actrices más solicitadas del panorama cinematográfico español, siendo actriz fetiche de Franco. Sin embargo, sus roles serían casi siempre iguales: la guapa, la bella, el sex symbol… El cine (y la sociedad, todo sea dicho de paso) vieron en Carmen un modelo de mujer que interesaba: recatada, católica, patriota, decente, que siendo bellísima guardaba el decoro y no se dejaba eclipsar ni por los pecados de la carne ni por la brillantina de la fama. Lejos de todo eso, la que fuera natural de Sevilla, mantenía la imagen que España quería ver en ella por interés, porque, como otras tantas, en una España en blanco y negro, siempre hizo lo que quiso, que ante Dios y ante Franco, primero la Sevilla.

“He tenido pretendientes y es que de mí se prendaban los hombres porque tenía eso, tenía una especie de ingenuidad pícara, una dulzura pícara, un misterio… Quería y no quería. Les ponía a tope” reconocía en una entrevista. Haciendo gala de esa ingenuidad pícara, no tuvo problemas en reconocer haber sufrido dos abortos para hacer frente a unos contratos de trabajo (cuando en España estaba penado con cárcel) ni que mandó a paseo a su primer marido, Augusto Algueró, por las infidelidades y las tensiones constantes en su matrimonio antes de legalizarse el divorcio.

 

También hubo tiempo para ser pionera: fue la primera estrella en pactar una exclusiva con una revista de la prensa rosa. Hasta 30 millones de pesetas recibió el matrimonio de Carmen Sevilla y Vicente Patuel. Una boda tan secreta, que el hijo de la cantante y actriz no estuvo invitado. Esto abriría las puertas a otras famosas, desde Sara Montiel hasta la reciente boda de Tamara Falcó e Íñigo Onieva.

Actriz de la época dorada del cine mexicano y de los años 50 y 60 en España,  para los años 70, tanto la sociedad española como los papeles de cine para las mujeres cambiarían. Así, optaría a papeles más picantes en “El apartamento de la tentación” o “Un adulterio decente”, siempre  jugando en la frontera entre el quiero y no quiero, enseño y no enseño, me apetece, pero no tanto. Se dice que Carmen Sevilla participó – brevemente y de manera muy superficial, eso sí – en el cine de destape por venganza hacia Augusto Algueró, cansada de sus infidelidades.

De su filmografía destaco “El balcón de la luna” que, curiosamente, veía en la Antigua Fábrica El Águila de Madrid hace justo un año. Carmen Sevilla, La Faraona y Paquita Rico… Un trío de ases y de divas que se llevaba a matar en la película por una competencia insana, pero profundamente divertida. Se cuenta que, para evitar egos y peleas por ver quién  aparecía antes en los títulos de crédito, idearon una ruleta con los tres nombres que daba tres vueltas, así cada una aparecía al mismo tiempo, sin orden, pero con mucho concierto. También destaco “La Venganza” por ser la primera película española nominada a los Premios Oscar en la categoría de Mejor película en lengua extranjera, “Rey de reyes” dirigida por Nicholas Ray en la que interpretaba a María Magdalena y que supuso su aparición en Hollywood o “Marco Antonio y Cleopatra”, en la que Charlton Heston la escogió para el papel de Octavia y en la que se cuenta que el actor aprovechó alguna escena para tocar más de lo escrito en el guion. La actriz, ni corta ni perezosa, le dio un mordisco en el labio mientras se besaban en señal de castigo.

Tras el ultimátum de su segundo marido, Vicente Patuel, quien le obligó a escoger entre el amor o el cine, se retiró a la famosa finca de las ovejitas en Extremadura. Para 1991, llegaría Valerio Lazarov – un semidios dentro de la Historia de la Televisión en España – a rescatarla de su letargo y ponerla al frente del Telecupón. Vicente no quería que Carmen Sevilla volviera a su vocación, pero el contrato que fijaba el caché de 300.000 pesetas por programa fue crucial. Y menos mal, había nacido una estrella de la televisión.

Diagnosticada de Alzheimer en 2009, Carmen Sevilla se retiró definitivamente de la televisión y el cine, manteniendo siempre las distancias y protegida de dimes y diretes, fallecía el pasado 27 de junio. Como en aquella canción de Fangoria, parece que una parte de mi mundo desaparece… Carmen Sevilla era la última del grupo de folklóricas que quedaba viva. Y con ella, parece que enmudecen – me niego a pensar que mueren – las anécdotas de aquella España en blanco y negro, de ese grupo de mujeres que se supieron mover en un mundo carente de libertades, gracias a su arrojo, su carácter y su personalidad y que pasearon sus buenas piernas derramando talento y dinero. Las portadas de revista, las fiestas, las bodas multitudinarias, los piponazos, las pelucas imposibles, los trucos de belleza a base de esparadrapo y medias y sus entrevistas mostrándose emperifolladas y empoderadas. Sólo pienso en cómo estarán allí arriba, todas juntas, en una especie de sala enorme con el lujo americano más auténtico del que tanto disfrutaron, pero al mismo tiempo, con la esencia más pura y más castiza, que para españolísimas ellas. Entre el camp hollywoodiense y lo cañí, nuestras folklóricas se reúnen alrededor de una mesa en la que hay mucho jamón, mucho alcohol y muchas risas. Y cuando yo vaya para allá (espero que dentro de muchos años), pienso llamar a esa puerta. A ver si con suerte, también anda por allí Terenci.

Hasta siempre, Carmen

Categorías
Cine Cultura Especiales Eventos LGTB Prensa

Extraña forma de vida. Almodóvar entre tinieblas y disparos.

INT. CINE PAZ DE MADRID – TARDE

Todo un público asiste entre expectante y nervioso a la presentación del nuevo corto del segundo manchego más internacional. No hay ninguna butaca vacía. Por unas escaleras va asomando poco a poco una melena canosa que nos es conocida. No hay duda, es ÉL.

(Aplausos en la sala)

En una sesión especial, el cine Paz de Madrid – inaugurado en 1943 y considerado uno de los cines más míticos de la capital – reunió a Pedro Almodóvar con el público, quien hacía la labor de maestro de ceremonias para presentarnos su nuevo cortometraje. ¡Toda una hazaña conseguir las entradas!, pues en menos de 20 minutos se habían agotado.

“Hay pocas experiencias como esta para un director: encontrarse dándole la espalda a una película que uno mismo ha hecho y frente a un patio de butacas lleno”, así comienza la presentación. De espaldas también viven nuestros protagonistas.

Estrenado el pasado viernes 26 de mayo y tras pasar por la 76ª edición del Festival de Cannes, “Extraña forma de vida nos introduce en el oeste americano con dos titanes de la interpretación: Pedro Pascal y Ethan Hawke. El género western llega a la vida de Almodóvar con 18 años y gracias a la Filmoteca Española, esa gran institución que para el director le supuso la única formación como cineasta y para muchos cinéfilos una herramienta indispensable para conocer y amar el cine. Enamorado de rostros y directores clásicos del género como John Ford, Henry King, John Wayne, Clint Eastwood o Sergio Leone, si nos fijamos en los metrajes conocidos como spaghetti western, aquel Pedro Almodóvar joven comenzó un visionado de aquellas películas, entendiendo la universalidad de las tramas, la situación de un país que necesitaba un cine épico para construir su propia historia y estilizar una realidad embarrada, cruda y violenta.

La vida transcurre hostil en Bitter Creek; el Sheriff Jake está investigando el asesinato de una mujer con la que guarda cierta relación. Entonces, aparece Silva, un viejo amigo que hace 25 años que no ve. ¿Para qué ha vuelto Silva tanto tiempo después? ¿Esconde algo su visita o es por un interés real?

Pese a un rodaje difícil por las inclemencias del tiempo – agosto, Almería, plena ola de calor –, el director reconoce que los dos actores fueron su primera opción y que, de inmediato, aceptaron sumarse al proyecto. Aparte de talento, el director necesitaba actores con culturas y métodos diferentes y que supieran retratar a la perfección polos opuestos. Mientras que Pedro Pascal interpreta a Silva, un hombre que atraviesa el desierto y llega a Bitter Creek como si fuera una inocente visita, Ethan Hawke da vida al Sheriff Jake, un hombre parco en palabras y sentimientos más centrado en la ley que en sus deseos. De ahí nace el título, inspirado en un fado de Amália Rodrigues, que pone el foco y la melodía sobre aquellas personas que viven de espaldas a la realidad, a sus propios instintos y placeres, ahuyentando su naturaleza y encerrando su corazón (o su pasión) en un armario. Junto a Rodrigues, un indispensable en la filmografía de Almodóvar (Alberto Iglesias) y un paisano del manchego (Manu Ríos) ponen sentimiento y banda sonora al cortometraje.

El verso “Si no sabes a dónde vas, ¿por qué insistes en correr?” da comienzo al corto, mientras el espectador se deleita con planos de un paisaje desértico con hombres de los de verdad galopando a caballo, quitándose el sombrero y enfundando pistolas. Entre tinieblas, en una sala abarrotada, Pedro Almodóvar comenta que ha querido ser lo más fidedigno a la realidad posible y no caer en anacronismos, salvo por el fado inicial. Quizás por eso estemos ante la película menos personalísima del cineasta y el espectador eche en falta aquellos rojos intensos, el technicolor, las decoraciones barrocas, los colores vibrantes y las historias entroncadas a las que nos tiene acostumbrados el ganador de 10 premios Goya. En cambio, la idea del argumento, la química que existe entre ambos intérpretes, la música siempre tan cuidada, los planos que son una delicia, el vestuario diseñado por la compañía parisina Yves Saint Laurent y la sensación que impregna la sala nada más acabar el film, hacen del corto una joya breve que da pie a muchas reflexiones.

¿Qué provoca que una persona decida vivir ajena a sus propios deseos? ¿Hasta qué punto es una persona libre si se deja llevar por sus apetitos? ¿En qué punto de equilibrio se encuentran el deseo sin ser galopante y el orden sin considerarse enfermizo? ¿Son los armarios un constructo social o, en cambio, los fabrica la propia psique como un mecanismo de autoprotección? ¿De qué hablan, si es que también hablan, los cowboys a medianoche? ¿Qué limites existe en el Amor en las diferentes épocas de la Historia? ¿Quiénes habrán sido los amantes perdidos y prohibidos, cuáles sus historias de romance, dónde sus encuentros, cómo sus finales?

Aunque entre tanta reflexión al aire, también se agradece que el corto deje tiempo para el erotismo – marca de la casa almodovariana, ¡menos mal! – y los espectadores puedan regocijarse contemplando el culo de Pedro Pascal (uno de los crush virales durante estos meses) o a un Ethan Hawke sin camisa. Asimismo, la escena entre José Condessa y Jason Fernández es el clímax del cortometraje, haciendo gala de un erotismo homoerótico masculinizado que baila y bebe vino entre un ni contigo ni sin ti, tan universal como bonito y doloroso.

Si en la Trilogía del dólar, Ennio Morricone, Sergio Leone y Clint Eastwood formaron un trío artístico sumamente talentoso, parece que, en la época moderna del western, Almodóvar, Pascal y Hawke son un nuevo trío de ases. Desde el desierto de Tabernas a Cannes y de ahí a todas las salas de cine, uniendo Hollywood con España…, una vez más.

Fundido a negro.

Créditos: Alejandro Pérez con música de Alberto Iglesias y vestuario de Yves Saint Laurent.

Categorías
Cultura Espectáculos de humor Espectáculos y teatro Teatro

La función que sale mal. La paradoja de triunfar fallando estrepitosamente

Pocas veces he estado encima de un escenario, pero siempre ha habido unos nervios difíciles de controlar – ahora se da cuenta uno de lo bien que sienta ser espectador. Hay tantas cosas que pueden salir mal: olvidarse del texto, no saber cuál es tu pie, los fallos técnicos, que el público no congenie con la obra, bajas de última hora o la constante molestia de los móviles que no llegan a apagarse del todo…

“La función que sale mal” no podía tener un título más clarificador. Nos situamos en una noche de estreno que presume ser mágica y espectacular. Los espectadores van ocupando su sitio, leyendo el programa de mano, hablando entre ellos… Mientras tanto, un equipo técnico ataviado de uniforme con actitud a ratos pasota, a ratos histérica, parece sumergido en su propia burbuja y, en el aire, la pregunta de los espectadores más puntuales: ¿ha comenzado ya el show?

Tras el saludo inicial del director de la obra – un joven que apunta maneras con (no) éxitos tan notorios como “Cat”, “Siete novias para cuatro hermanos” o “La fea y la bestia” –, comienza una función que va de mal en peor. Estamos en el salón de una mansión inglesa que bien podría aparecer en una novela de Agatha Christie y sobre la chaise longue descansa un cadáver. Alrededor del incidente se reúnen todos los personajes que deberán iniciar una investigación para averiguar quién es el culpable, pero la obra no va a ir todo lo bien que la compañía universitaria desea: un director desquiciado, un auxiliar pasivo y torpe, actores que se salen del papel, técnicos molestando y un largo etcétera de todo aquello que no debería pasar.

Con una carrera de fondo de lo más longeva y exitosa y presencia en 30 países, “La función que sale mal” ha hecho reír a carcajadas a más de 8 millones de espectadores desde que se estrenara en el West End londinense en un 2012 que ya apunta lejano. Esta comedia en estado puro cuenta con un reparto talentoso y perfectamente coordinado que no tiene problemas en improvisar cuando haga falta en compenetración con el público. Y aunque no lo parezca, todo lo que sale mal, los fallos, los descuidos, los accidentes y hasta el peligro que sufre el decorado cuentan con un engranaje perfectamente ejecutado, planificado, ensayado y realizado. Desde las butacas se nota la labor de coordinación que hace todo el equipo, lo cohesionado que está el reparto y la pasión y entrega que demuestran.

Con ritmo ágil y mucha gracia, se recuerdan pocas comedias en cartelera en las que el público se ría cada dos segundos y la comicidad aguante de manera ingeniosa y constante durante toda la representación. No extrañan para nada las ovaciones y los aplausos del final, tan merecidos, pues supone un diez en todas las categorías necesarias para que una obra destinada al fracaso sea un éxito rotundo. Y aunque la banda sonora pueda ser José Luis Perales o una canción de suspense y terror, en realidad, el tempo que marca la obra son las carcajadas sin fin del público.

Tras llegar a Madrid en septiembre de 2019, esta compañía aficionada universitaria echa el telón en el Teatro Marquina el día 28 de mayo y Dios sabe si seguirán triunfando y fallando al mismo tiempo, cosechando éxitos, aplausos, risas y premios como hasta ahora. 

Como un engranaje de un reloj suizo, la obra de cierto corte surrealista combina de un modo brillante el ingenio necesario para escribir y representar una obra tan complicada y la coordinación imprescindible de muchos equipos para que todo salga como debe salir: mal, fatal, nefasto, siguiendo la estela de obras condenadas a la ruina o incluso malditas como “Macbeth” o “El enfermo imaginario”, que supuso la propia muerte de Molière sobre el escenario. Todo un ejemplo paradójico de que, a veces, para triunfar hay que fallar estrepitosamente. Ya saben, ¡no se la pierdan!

Categorías
Cultura Espectáculos y teatro Teatro

Las guerras de nuestros antepasados. Delibes hace pleno.

Hay algo especial en las novelas de Delibes que hace cosechar tanto éxito en los clubs de lectura, los colegios e institutos, la gran pantalla y hasta el escenario. Un qué sé yo que se une al talento natural del escritor artesano de palabras, fonemas e historias y que consigue ganarse al público y cubrirse de aplausos.

Estrenada el 25 de enero en el Teatro Bellas Artes, “Las guerras de nuestros antepasados” cuenta la historia de Pacífico Pérez, un recluso condenado por homicidio, al que a un psicólogo de la prisión le cuenta su vida, sus sentimientos y su pasado. A través de un extenso diálogo que le otorga un gran dinamismo a la obra, el espectador se adentra en la psique de Pacífico y en la relación con su padre, su abuelo y su bisabuelo. 

En contraste con la firmeza y la crueldad de estos hombres, Pacífico es un hombre cándido, de una sensibilidad casi enfermiza, que no busca librar ninguna batalla – ni siquiera la de su propia existencia – y que lejos de imponer sus propias normas, vive de acuerdo con sus propios valores y sus convicciones morales en una estabilidad pasmosa que no casa con la tradición familiar. 

Si Delibes es indiscutiblemente un factor destinado al éxito (lo hemos visto triunfando en escenarios de toda España con obras como “Señora de rojo sobre fondo gris”, “Cinco horas con Mario”, “Los Santos Inocentes” o “La hora roja”), el talento, la habilidad y el trabajo de fondo que hay detrás de la interpretación de Carmelo Gómez hace que el público quede prendado. Sin duda, estamos ante una de las mejores actuaciones teatrales de esta temporada. Y es que Pacífico es un personaje complicado de interpretar por su condición de enfermo, víctima de unos altibajos emocionales fuertes, que pasa de la pena a la más pura felicidad, de la ternura al llanto y de la melancolía propia del pasado a la esperanza que nos trae el futuro, aunque Pacífico tenga más de lo uno que de lo otro. También hay que añadir que el texto es complicadísimo de defender a causa de los vaivenes temporales del personaje al contarnos su propia historia, las frases que se entrecortan, las ideas que quedan suspendidas en el aire sin llegar a matizarse y el estar interrumpiendo constantemente su monólogo por las toses, las dificultades respiratorias y la angustia vital que siente y padece.

Carmelo Gómez, dotado de un talento inmensurable, nos presenta un personaje de una sensibilidad exquisita y una historia con mucho trasfondo y mucha filosofía. Actor, texto y personaje son una misma cosa.

La novela, publicada en 1975, no pudo escoger mejor momento para dar el salto a las librerías: la Transición. Como un libro bisagra, supone la perfecta frontera entre el viejo mundo y el que estaba por llegar. Sin embargo, la naturaleza humana siempre se abre camino. En un contexto como el actual con guerras presentes en Afganistán, Ucrania, Etiopía, Yemen, Israel y Palestina, la crispación política que atraviesa nuestro país, las guerras comerciales entre EE. UU. y China, los asesinatos y las protestas civiles en Perú o Brasil y la ocupación del Tíbet, esta obra toma un cariz especial, siendo su mensaje más necesario que nunca.

A lo largo de la obra, se nos presenta una sociedad enfrentada y violenta que necesita de las guerras de cualquier índole para poder vivir, como si de la guerra naciera un impulso vital tremendamente necesario para nuestra propia existencia.

El padre, el abuelo y el bisabuelo de Pacífico, marcados por la Guerra Civil, la de Marruecos y la última de las contiendas carlistas, respectivamente, no pueden concebir que el muchacho no tenga una guerra que librar y que nunca llega. La obsesión hecha diálogo: “Tu guerra debe estar al caer, Pacífico”. Surgen los cuestionamientos, las señalaciones y Esa Palabra: ¿Pacífico es maricón? ¿Es Pacífico un hombre realmente?  ¿Está sano mentalmente? ¿Qué le ocurre a este muchacho que detesta las guerras y la crueldad? 

Pacífico cae bien. Pacífico cae de puta madre. “Cada hombre tiene su guerra, lo mismo que tiene una mujer”, a tal conclusión llega el ingenuo Pacífico Pérez quien al final, sin comerlo ni beberlo, ajeno a una sociedad en la que no ha sabido ni querido integrarse, morirá aplastado por quienes dictan las normas y recorren los recovecos del sistema para su propio beneficio. Hecha la ley, hecha la trampa, que diría el refranero popular. Como nos pasa a muchos, desgraciadamente – añado yo –, porque… ¿Cuántos Pacíficos ha podido haber en la Historia de la Humanidad? ¿Cuántas personas deben regirse por unos convencionalismos sociales implantados con los que no concuerda? ¿Están marcados todos los Pacíficos por el mismo sino? 

Esta versión realizada por el prestigioso dramaturgo Eduardo Galán, que ha contado con el apoyo de Carmelo Gómez, natural de León, para adaptar la manera de hablar y hacerla más real, se erige bajo la batuta de Claudio Tolcachir, director de teatro argentino con una trayectoria envidiable tanto en Argentina como en el extranjero. Todo un equipo cohesionado que funciona a la perfección formado por Miguel Delibes, Claudio Tolcachir, Eduardo Galán, Jesús Cimarro, Carmelo Gómez y Miguel Hermoso. 

Una obra que sobresale por la maestría de la interpretación y el debate posterior que surge sobre la justicia, la moralidad y la ética, las nuevas masculinidades, la importancia de marcar la diferencia, el placer de vivir según nuestras normas y la necesidad de, en ciertas ocasiones, plantar un pie y defenderse.

Categorías
Cultura Espectáculos y teatro Teatro Uncategorized

Retorno al hogar: lo que sucede alrededor de una mesa

“Quien bien te quiere, te hará llorar” seguramente sea uno de los refranes populares españoles que más detesto; con esa cosa rancia y desfasada de tiempos antiguos que desprende el refrán y provoca que se alarguen las palabras más de la cuenta por la caspa que contienen que hace trabarse la lengua a cada movimiento.

En “Retorno al hogar” del Premio Nobel Harold Pinter hay un poco bastante de eso.

“Retorno al hogar” nos sitúa en una casa de Londres plagada de ostracismo, decadencia, envidia, desidia vital, sueños rotos, comida pésima y un ambiente asfixiante que secuestra a los personajes, sin permitirles la libertad ni dentro ni fuera de la familia. Hay algo que no les deja marchar de la casa y, al mismo tiempo, les convence de que echarán de menos aquel ambiente si es que se atreven a abandonarlo. Una especie de “ni contigo ni sin ti” en la que somos lo suficientemente conscientes para detectar la toxicidad y lo bastante cobardes para no querer huir de ella. ¿Y si el ambiente de allá afuera es peor? ¿Y si la burbuja desagradable en realidad es un mecanismo de protección? ¿Y si…?

Hace años que no habita una mujer aquella casa. El viejo Max vive con su hermano Sam y con sus dos hijos, Lenny y Joey. La vida simplemente transcurre, nunca en paz, pero transcurre.

Un día aparece por sorpresa Teddy con su mujer tras seis años sin pisar aquella casa. Ahora vive en Estados Unidos, ha estudiado filosofía y tiene una brillante carrera como profesor y escritor. Parece que lo ha conseguido todo y podría darse por satisfecho, ¿puede que necesite volver? ¿Se siente extraño sin aquella atmósfera? La mala energía de la que se nutre la casa y los roles de cada uno de los personajes realmente son los protagonistas. Porque esta historia no va de Teddy, de Ruth, de Max, de Lenny, de Joey o de Sam. Va de los roles que asumimos los seres humanos en nuestros grupos o en la sociedad, de las burlas y los miedos, las herramientas que tenemos para defendernos o del orgullo que nace en situaciones desagradables. De aquellos hombres que sólo saben lanzar piedras a su propio tejado para absolutamente todo: con tal de llevar razón, para no asumir sus propios fracasos, para fingir que no existe el miedo (no es que no haya miedo, directamente no existe), para no tener que enfundarse en el perdón o en el cariño…

Pinter juega con los personajes, los diálogos, las acciones, los silencios y enreda la escena en un caos de tensión y una marea de resentimiento y reproches: la comida, la filosofía vital, la ropa, los hobbies, las decisiones, la imagen sobre el otro…

Lo que más he disfrutado del texto es la participación del público, ya que, siguiendo su estilo único, su estela rebelde y su personalidad irreverente y provocadora, Pinter parece saltarse algunas páginas o momentos, como si viéramos una vieja cinta casera en VHS en la que hay partes borradas por el tiempo, aunque su esencia sí se deja entrever. Es ahí donde el espectador – actuando una vez más como voyeur frenético – debe formar parte activa de la historia y tirar de su imaginación para unir las piezas y los detalles de la escena y los diálogos y rellenar esos huecos mínimamente perceptibles con sus propios detalles, añadiéndolos de su propia cosecha para dar redondez a la trama.

Esta versión a cargo de Daniel Veronese (Premio Max Iberoamericano) cuenta con la participación de un equipo actoral de primera con rostros tan conocidos como Miguel Rellán, Alfonso Lara, Fran Perea, David Castillo, Juan Carlos Vellido y Silma López. Todo un equipo cohesionado, pese a los malos rollos entre los personajes, que se ha tenido que enfrentar – y no es tarea fácil – al estilo de Pinter y adaptarse a sus juegos poco convencionales y carentes de lógica.

A través de la más absoluta cotidianeidad, pues toda la obra transcurre en un salón y alrededor de la mesa, se recrea un ambiente cargado de tensión y provocación.

Estrenada en 1965 bajo el nombre “The Homecoming”, esta obra se representó por primera vez en España en 1970, en una sesión única que acogió el Teatro Marquina bajo la tutela de Luis Escobar, todo un referente en el mundo del teatro. Después llegarían otras representaciones en la Sala Olimpia con un Javier Cámara treintañero o el Teatro Nacional de Catalunya en el año 2007 y ahora en el Teatro Fernán Gómez.

De EE. UU. a Londres y de Londres en un viaje itinerante por teatros de Madrid, Murcia, Guadalajara, Burgos, Málaga, Toledo y Rivas Vaciamadrid. Con la casa y la tensión a cuestas, nuestros protagonistas tienen trabajo por delante.

Categorías
Cultura Especiales Magia

El Mago Yunke: explosión de ilusión

Luces. Cámara. Acción. Magia.

Así se da el pistoletazo de salida al espectáculo del Mago Yunke, uno de los más prestigiosos del país y del mundo. Este mago pelirrojo se hizo en 2022 con el Premio al Mejor Mago de Grandes Ilusiones en el campeonato mundial de Magia FISM que se celebró en Quebec. Aunque ya para los años 2000 y 2018 se había hecho con el mismo galardón en Lisboa y Corea, respectivamente. No hay dos sin tres. ¿Es posible que haya un cuarto?  Sin embargo, fiel a su esencia, sigue aclarando que el mayor premio son los aplausos del público. Y en este caso, se desconoce quién está más prendado de quién: si el público del artista o el artista del público.

Autor de su propia magia e ideador de sus propios espectáculos, no en vano cuenta con un laboratorio para dar creatividad y rienda suelta a sus genialidades y escapatorias, algunas de las cuales son hasta peligrosas y causan cierta señal de alarma en el público, que acaba aplaudiendo y sonriendo ante la dificultad de los trucos.

Esta tercera edición del espectáculo “Hangar 52” nos presenta sus ya famosos trucos de escapismo – precisamente gracias a los que se ha llevado el galardón –, aunque añade más participación del público para hacer mucho más especial esa vorágine de ilusión y magia. Como colofón a este espectáculo se incluyen los dos números más esperados e iconográficos: «El hombre de Vitruvio» y «El ojo de Horus».

¿Qué cúmulo de sensaciones sentirá el espectador viendo a un hombre que se parte en dos o que es capaz de teletransportarse?

Tras su paso por Zaragoza en las Fiestas del Pilar (¿qué mejor lugar para estrenarse?), el Mago Yunke pasa las navidades en Madrid, para trasladarse después a Valencia y Castellón. Visto su espectáculo, otros shows internacionales y las galas de premios a las que acude, no es de extrañar que esté acostumbrado a los viajes, pues todo el escenario es un hangar de aspecto industrial donde se esconde un avión. Este espectáculo supone un auténtico viaje por la Historia de la Humanidad; el Mago Yunke nos hará viajar a Egipto, China, Europa… Y también nos hará revivir (o vivir, si los espectadores son más jóvenes) hitos como la II Guerra mundial o el descubrimiento de la tumba de Tutankamón y conocer secretos todavía no resueltos de personajes tan pintorescos como Leonardo Da Vinci.

Con mucho ritmo, trucos dinámicos donde también es necesaria la participación del público y la combinación de luces, fuego y vídeos, el Mago Yunke nos presenta un espectáculo que nadie ajeno al encantamiento y a la ilusión debería perderse. Además, el encanto no se queda sólo en el escenario, pues el público tiene una zona de bar y de descanso agradables para tomar algo o vivir de manera más completa la experiencia, que no sólo se queda limitada al escenario. Por ejemplo, se pueden ver diferentes máquinas y aparatos relacionados con la magia antes de entrar.

De esta forma, y gracias a la personalidad y la genialidad del artista, se impregna todo el espacio de magia e ilusión porque es un espectáculo dinámico en el que la magia no sólo se respira y se vive en el escenario, también en las butacas y en otras áreas.

“Hangar 52” supone toda una explosión de ilusión que abarca a niños y mayores para que, a través de la magia y el ilusionismo, podamos conectar de manera especial con el niño interior que nadie debería permitirse el lujo de perder. Como una especie de Peter Pan pelirrojo, siempre acompañado de su Campanilla, el Mago Yunke llama a todos los niños (los que fueron y los que son) para rodearse de ilusión y pasar un rato muy ameno en Nunca Jamás, donde no existen ni las barreras de la gravedad ni las barreras del miedo.

Categorías
Cultura Espectáculos y teatro Teatro

Señora de rojo sobre fondo gris: la historia de amor más puro

El gol de Iniesta. Aquel “Pedrooooo” de Penélope Cruz en la gala de los Óscar del 2000. El pendiente perdido de La Faraona o ese “yo he venido a hablar de mi libro” espetado por Francisco Umbral.

Son hitos que forman parte de la memoria de los españoles; como si estos momentos recogieran de algún modo lo que somos, nuestra esencia. A esa lista, yo también añado la voz de Pepe Sacristán. Porque él lo vale.

Parece que las novelas de Miguel Delibes estaban hechas para ser representadas en el teatro. Y triunfar, por supuesto. Ya lo vimos en su momento con Lola Herrera y sus “Cinco horas con Mario” – porque son sus cinco horas con Mario – que ha interpretado desde 1979 hasta 2022. También se han llevado al teatro otras novelas como “La hoja roja” o “Las guerras de nuestros antepasados”, que se estrenará en el Bellas Artes en febrero de 2023. En “Señora de rojo sobre fondo gris” también se recoge la muerte, la soledad, la memoria sentimental, el paso del tiempo, las cosas que se quedaron por decir a quien ya no está y el amor como el sentimiento más puro. El texto nace como un recuerdo y un homenaje póstumo a la mujer del escritor que Sacristán sabe reconocer, valorar y engrandecer. No en vano, el propio Sacristán fue amigo del escritor y éste le concedió los derechos para versionar la obra. Al final del monólogo, tras los aplausos correspondientes totalmente merecidos, cae un solemne “en honor de Ángeles de Castro, puesto que, sin ella, sin su aliento, sin sus ánimos, no conoceríamos muchas de las obras de Delibes”.

Tal y como comentó el escritor en su momento, aquella mujer sensacional fallecida de un tumor cerebral a los 51 años y que, con su sola presencia, aligeraba la pesadumbre de vivir, fue su mitad. 

Estamos en 1975, Nicolás es un pintor prestigioso en plena crisis creativa. Consumido por la tristeza y el estrés por la incapacidad de pintar y de que acudan los ángeles (las musas), evoca recuerdos tristes de su vida. Por un lado, la detención de su hija y su yerno por motivos políticos. Por otro lado, la enfermedad y la muerte de su mujer, Ana, que le hace abandonar la pintura, descomponerse y preguntarse cómo va a vivir a partir de ahora. ¿Cómo se combate la soledad, la pesadumbre, el abandono?

Es curioso cómo un solo actor abarca el escenario por completo y lo llena. No resulta difícil de creer tratándose de un actor que arranca desde la pasión y ha sabido escoger su trabajo en base a la auténtica vocación. ¿Qué diría aquel niño que venía de la tierra de los ajos si se viera a sí mismo ahora sentado desde una butaca? Al trabajar con pasión y desde el buen hacer, se nota que el texto es completamente suyo: las pausas para rellenarse la copa, las miradas al vacío, la modulación de la voz en según qué momentos… Es tan impresionante el talento de este hombre que hasta los silencios los llena, creando en el espectador un cierto desasosiego en compenetración con el ambiente de la obra.

En “Señora de rojo sobre fondo gris” nos encontramos un escenario lúgubre, deshabitado y descuidado. La buhardilla le sirve como refugio para evadirse de sus pesares, si no los llevara dentro y a cuestas. Hay cuadros sin terminar porque los ángeles no acuden – ¿es posible que estén ocupados acunando a alguien? –, el polvo se acumula, las botellas de licor parecen más vacías cada vez y aquella chaise longue de estilo victoriano hace mucho que no siente a dos amantes cobijarse en su tela. Y en el medio de aquel escenario, un hombre solitario con mirada lánguida nos narra sus miedos.

No es de extrañar que el Teatro Bellas Artes cuelgue a menudo el cartel de “todo vendido” o sold out, salvo que ahora se cuelga en sus redes sociales. Tiempos modernos, supongo, aunque con la esencia de siempre.

Eso sí, a los espectadores les aconsejo apagar los móviles completamente, evitar los excesos de tos y levantarse para aplaudir en cuanto acabe la obra. Ahora sólo queda preguntarse quién será el guapo que se atreva a rescatar este texto en un futuro (esperemos que muy lejano) y competir con semejante actor; la sombra de Sacristán es alargada.

 

Y como conclusión que me atrevo a compartir, diré que la obra supone un alegato a favor del arte, que siempre queda, como una forma exquisita de alcanzar la inmortalidad. Así pues, tanto la novela, como la obra como el retrato de Eduardo García Benito realizado en 1962 nos presentan la historia de amor y duelo de Miguel Delibes y Ángeles de Castro, uniéndoles no sólo a través del amor, también a través del arte y la cultura por toda la eternidad.

Quizás su amor, como tantos otros, también forme parte de la memoria sentimental de este país.

Categorías
Cultura Espectáculos de humor Espectáculos y teatro Musical

Lavar, marcar y enterrar, o el multiverso pop criminal

¿Qué pasaría si metes en una coctelera – con brilli brilli, por supuesto – a Andy Warhol, a Pedro Almodóvar, a Agatha Christie y a Arantxa Castilla – La Mancha?

Tras seis años en cartel, más de 20.000 espectadores y ser candidata al premio Max Autor Revelación en 2015, la trilogía de nuestra peluquera en serie favorita surge de nuevo…, pero esta vez en formato musical. “Lavar, Marcar y Enterrar, el musical” es una comedia divertida y disparatada donde brillan las pelucas, los tintes, los peinados imposibles y ¡hasta tres extrañas criaturas!

¿Cuáles son sus historias? ¿Qué secretos esconde la peluquera de “Cortacabeza”? ¿Estarás en disposición para abrir sus puertas y convertirte en cómplice (y fan incondicional) de sus extravagancias?

 

Tras mucho esfuerzo, nuestra protagonista consigue cumplir su sueño: abrir una peluquería en la que desatar toda su creatividad, acompañada siempre de su fiel (y mal pagado) ayudante. Sin embargo, hay ciertas personas empeñadas en truncar su sueño hecho realidad. Y, por supuesto, luchará con secador y laca Nelly para no dejarse pisar por nadie.

Nacida como una versión del texto original de Juanma Pina gracias a José Masegosa, el musical, completamente renovado, se tiñe – nunca mejor dicho – de un aire burlesque, cabaretero y pop, con canciones y diálogos con mucho ritmo (yeyé) y unos personajes a cada cual más estrambótico, gracioso y pintoresco. A través de canciones divertidas, algunas veces escatológicas, y escenas que se mueven perfectamente hiladas entre el terror, la más pura cotidianeidad y el cachondeo, se introduce al espectador en la historia de la propia peluquería que, realmente, es la protagonista. Y, aunque pueda parecer algo vano, este musical va más allá de coreografías, pelucas, decoración vintage y la historia cómica de dos atracadoras muy bien peinadas, pero algo torpes para con su misión. El musical nos habla de temas tan interesantes como el Orgullo Friki, la liberación de la personalidad, el rechazo profundo a la normalidad, el culto al universo pop (al que los raros le debemos darnos un hueco en la sociedad, muchos referentes y combatir el sentimiento de individualidad) y, por supuesto, la lucha por cumplir los sueños.

 

Si Alaska creó la funcionaria asesina en el 86, ¿por qué no esperar lo mismo de una peluquera? ¿Por qué no añadir a la fórmula esa especie de electroduendes y conformar así un multiverso pop criminal?

 

El musical refleja la historia de la peluquería y de los personajes que allí habitan, transcurriendo por el pasado, presente y futuro de manera indiscriminada, pero siempre con la comedia como centro y sin hacer perder el punto de referencia al espectador. Quizá, lo que menos me ha gustado es que, al principio, parece que el ambiente del musical atrapa y ahoga demasiado rápido al espectador y cabe preguntarse “¿pero qué pasa? ¿Qué invento es esto?”, pero transcurridas un par de escenas, el espectador se adentra completamente en la obra y su esencia. Lo que más he disfrutado es que todo el elenco de intérpretes parece manejar perfectamente la vis cómica de la obra, crear un ambiente propicio para las risas y dejarse llevar por la absurdez y las coreografías.

 

 

Con una puesta en escena innovadora y un halo de misterio sobre las criaturas terroríficas que habitan la peluquería que se va desvelando según avanza la obra, “Lavar, Marcar y Enterrar, el musical” nace como el plan perfecto para pasar una tarde de risa, entre otras cosas, gracias al talento de los intérpretes, las letras de las canciones y los diálogos cómicos que surgen entre los personajes. Nadie ajeno al disparate y al escape de la rutina diaria debería perderse esta comedia que destila talento.