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Una boda y muchos trapos sucios en ‘La madre que me parió’

Una comedia sobre las relaciones entre madres e hijas

Hay quien, al tratar de escribir una buena obra de teatro, busca la sucesión constante de una carcajada tras otra como único objetivo, fin y final. Sin embargo y frente a lo que muchos creen tener como certeza, la verdadera comedia no es aquella que te hace reír mucho o muy fuerte y de manera descontrolada, también es la que te hace sonreír.

Esto es muy fácil. Para cualquiera con un mínimo de ingenio arrancarnos una risa impetuosa y ruidosa es muy sencillo. Una tarea de coser y cantar. Un mal chiste, una caída ridícula o un comentario hábil son muchas veces suficiente pero, ¿qué es de quién consigue mantener a alguien con una sonrisa durante un tiempo? No se trata de provocar una tímida risa con fecha de vencimiento en los dos o tres segundos posteriores, se trata de ser capaz de mantenerla. De principio a fin.

Arthur Miller solía decir que “el teatro es tan infinitamente fascinante, porque es muy accidental, tanto como la vida”. Esta frase del dramaturgo cobra sentido en numerosas historias y en la vida de no solo muchos personajes, también en la de muchas personas. Pero… ¿y en La madre que me parió? ¿No lo hace acaso más que nunca? 

Mujeres divorciadas, mujeres sumisas a cargo de sus maridos, mujeres valientes, madres que necesitan ser reconocidas y queridas pero, sobre todo: mujeres empoderadas. Todas ellas capaces de coexistir formando una simbiosis perfecta.  Mujeres que, al fin y al cabo, nos enseñan que la maternidad es una opción, hasta qué punto puede llevarnos el autoengaño, las consecuencias de una mala decisión o lo dependientes que podemos llegar a ser sin darnos cuenta. Y es ahí donde está el quid de la cuestión, en el mismo quid pro quo al que, indudablemente, se enfrentan madres e hijas generación tras generación. 

Los años pasan y no perdonan y el “te lo dije” de una madre tampoco. Hijas con derecho a equivocarse y madres que tratan de no volver a ver repetidos sus mismos errores. Un camino que de la mano del humor es mucho más divertido. Y menos doloroso.

La veteranía dentro y fuera del escenario precede a las madres: Marisol Ayuso, Aurora Sánchez y a Juana Cordero quienes deslumbran y hacen deslumbrar en el escenario. Unas hijas que, encarnadas por las maravillosas Alicia Garau, Ana Villa, Eva Higueras y Sara Vega no hacen otra cosa que demostrarnos que distintas generaciones son capaces, frente a todo pronóstico, de convivir sin matarse. Así lo han hecho toda la vida. Y así lo harán.

Fue también Arthur Miller quien afirmó que “El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma.” Y qué cierto es esto. ¿Qué es la comedia sino una manera sana de enfrentarnos a la realidad? ¿Qué es lo que nos asusta? ¿Y lo que nos enfada? O, ¿qué es lo que nos parece injusto? A veces, hacerse cargo de todo este crisol de sentimientos puede resultar muy doloroso.

¿No lloramos lo suficiente ya  por nuestras pérdidas? ¿No sentimos suficiente rabia por nuestras frustraciones? Los años no perdonan igual que no lo hace la vida pero, si nos reímos y sobre todo si sonreímos quizá todo nos parezca un poco mejor.

 

Por: Nara Juárez