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‘Viva la Pepa’: cómo sobrevivir a la fama y a la sociedad, y hacerlo con gracia

La nueva comedia protagonizada por Pepa Rus

En la vida siempre necesitamos alicientes. Ya sea una onza de chocolate, una hora (o varias) tomando algo con los amigos o una película con mantita. Necesitamos algo que nos sirva como meta para que acabemos rápido lo que sea que estemos haciendo, o viviendo. Pues bien: esa es Pepa.

Pepa es ese alguien que te da energía positiva, aun viviendo algo que dista mucho de ser así. Es la simpatía en la que te centras para llegar a la meta. Y es que ella es, simplemente, pura luz.

Pepa Rus es Pepa, la única madre soltera de dos gemelas de Melilla que tiene la positividad y la alegría de quien no tiene nada más. Un día, sin embargo, todo cambia cuando rescata a un águila en peligro de extinción y se convierte en toda una estrella. Periodistas, políticos,  medios de todo el mundo e incluso la realeza quieren tenerla al lado… hasta que acaban olvidándose de ella, y ninguna de las promesas sobre mejorar su vida y la de sus hijos se cumplen. Eso sí, antes de que su popularidad desaparezca por completo, Pepa tiene un plan: convertirse en la alcaldesa de Melilla y ayudar a sus habitantes.

“¡Viva la Pepa!”, dijo Pepa Rus nada más pisar el escenario con un chándal gris y un carrito de bebé de dos plazas. Nos encontrábamos en el Teatro Lara, en una calle paralela a la Gran Vía, resguardada de los flashes de turistas dirigidos al edificio de Schweppes. Y dentro del teatro, de esa fachada que te pide entrar y disfrutar de su entrada con cristales y columnas de época, está la sala Lola Membrives. Se trata de una pequeña estancia a la que entras bajando por unas escaleras, como quien descubre un tesoro en el sótano de su casa. Está formada por un escenario en el centro y filas de sillas rodeándolo, y a los tres elementos en los que nos centraremos los siguientes 65 minutos: un carrito de bebé, un versátil bloque gris y la indiscutible Pepa (la Chimpa). Fue aquí donde varias personas respondieron a Pepa Rus con un “¡Viva!”.

“Me va a gustar”, pensé justo después de esta primera intervención. Y no me equivocaba.

Creada por Juan Luis Iborra y Sonia Gómez, esta historia nos presenta la realidad en su más absoluta crudeza. Nos habla de pobreza, del proceso de ascenso y descenso de la fama, y de una sociedad actual en la que las prioridades están difusas. Y sin embargo, no hay un solo momento en el que no lo pases bien. Ya sea por el desparpajo de Pepa o por su ingenua naturalidad, lo cierto es que te roba el corazón (y la risa) desde el principio, y te dura hasta el final. Dirigida por Juan Luis Iborra, la obra nos habla de la realidad, sí, pero no se recrea en esas verdades amargas, sino en cómo solucionarlas. O, al menos, en aceptarlas con gracia.

Pepa hace ayuno intermitente involuntario y vive bajo la pobreza en recursos de todo tipo y condición. “Aunque riqueza en el alma”, como nos cuenta que le dijo un día Vicenta, heladera y su mejor amiga. “Pero el alma no alimenta”, le respondía nuestra protagonista a su vez. Y es que es una historia de realidad. De estar arriba, abajo y de levantarse para intentar llegar a un estado vital intermedio. Y aun así, a pesar de contarnos algo tan crudo, si te lo dice Pepa, nuestra protagonista de Melilla, todo cobra un significado y una filosofía distintos.

Con una rapidez de pensamiento increíble, el espectador presencia la vida de la protagonista de una manera tan ágil que ni siquiera te hace consciente de que está pasando el tiempo. Un tiempo marcado por una iluminación distinta ideada por Juanjo Llorens que, junto a la escenografía de Eduardo Moreno, ayuda al público a dividir el tiempo inconscientemente.

Y gracias a Pepa Rus, porque Pepa no sería Pepa si no fuera por ella. El monólogo dura más de una hora, y el público no se cansa de verla en ningún momento. Y ella parece que tampoco. Se mueve por el escenario y se queda quieta; nos hace reír y nos deja pensando sobre algún comentario supuestamente ligero pero lleno de significado al que le das vueltas al salir de la obra. Haga lo que haga, se mete al público en el bolsillo desde el principio. Y nosotros lo aceptamos de buen gusto, porque sería antinatural no dejarla hacerlo.

No tengo nociones de interpretación, tengo que admitirlo, así que no sé cuánta validez puede tener mi opinión, pero memorizar más de una hora de monólogo tiene que ser complicado, y mucho. Y hacerlo con gracia, aún más. Pero ahí está Pepa Rus, con la voz clara con cada línea y haciéndonos sentir cada palabra. Nos convierte en sus confidentes y nos deja con las ganas de tener su número de teléfono, burofax o e-mail para seguir hablando con ella de la vida.

Nos habla como amigos, como quien queda con su grupo de la infancia a actualizarse la vida desde hace tiempo. Interactúa con las filas de sillas, haciéndonos partícipes sin ser protagonistas. Nos hace parte de su historia y, por tanto, de su vida.

Una vida que pudo haberse convertido en un juguete roto, pero que no llega a serlo gracias a la candidatura a unas elecciones a la alcaldía de Melilla. ¿La razón? Ayudar a los demás y evitar que sus vecinos se quemen por el sol y tengan los dientes mal alineados.

Viva la Pepa, sí, y vivan todas las Pepas que salvan águilas todos los días y de las que nadie se da cuenta.

 

Por: Marina Carrasco