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Las guerras de nuestros antepasados. Delibes hace pleno.

Hay algo especial en las novelas de Delibes que hace cosechar tanto éxito en los clubs de lectura, los colegios e institutos, la gran pantalla y hasta el escenario. Un qué sé yo que se une al talento natural del escritor artesano de palabras, fonemas e historias y que consigue ganarse al público y cubrirse de aplausos.

Estrenada el 25 de enero en el Teatro Bellas Artes, “Las guerras de nuestros antepasados” cuenta la historia de Pacífico Pérez, un recluso condenado por homicidio, al que a un psicólogo de la prisión le cuenta su vida, sus sentimientos y su pasado. A través de un extenso diálogo que le otorga un gran dinamismo a la obra, el espectador se adentra en la psique de Pacífico y en la relación con su padre, su abuelo y su bisabuelo. 

En contraste con la firmeza y la crueldad de estos hombres, Pacífico es un hombre cándido, de una sensibilidad casi enfermiza, que no busca librar ninguna batalla – ni siquiera la de su propia existencia – y que lejos de imponer sus propias normas, vive de acuerdo con sus propios valores y sus convicciones morales en una estabilidad pasmosa que no casa con la tradición familiar. 

Si Delibes es indiscutiblemente un factor destinado al éxito (lo hemos visto triunfando en escenarios de toda España con obras como “Señora de rojo sobre fondo gris”, “Cinco horas con Mario”, “Los Santos Inocentes” o “La hora roja”), el talento, la habilidad y el trabajo de fondo que hay detrás de la interpretación de Carmelo Gómez hace que el público quede prendado. Sin duda, estamos ante una de las mejores actuaciones teatrales de esta temporada. Y es que Pacífico es un personaje complicado de interpretar por su condición de enfermo, víctima de unos altibajos emocionales fuertes, que pasa de la pena a la más pura felicidad, de la ternura al llanto y de la melancolía propia del pasado a la esperanza que nos trae el futuro, aunque Pacífico tenga más de lo uno que de lo otro. También hay que añadir que el texto es complicadísimo de defender a causa de los vaivenes temporales del personaje al contarnos su propia historia, las frases que se entrecortan, las ideas que quedan suspendidas en el aire sin llegar a matizarse y el estar interrumpiendo constantemente su monólogo por las toses, las dificultades respiratorias y la angustia vital que siente y padece.

Carmelo Gómez, dotado de un talento inmensurable, nos presenta un personaje de una sensibilidad exquisita y una historia con mucho trasfondo y mucha filosofía. Actor, texto y personaje son una misma cosa.

La novela, publicada en 1975, no pudo escoger mejor momento para dar el salto a las librerías: la Transición. Como un libro bisagra, supone la perfecta frontera entre el viejo mundo y el que estaba por llegar. Sin embargo, la naturaleza humana siempre se abre camino. En un contexto como el actual con guerras presentes en Afganistán, Ucrania, Etiopía, Yemen, Israel y Palestina, la crispación política que atraviesa nuestro país, las guerras comerciales entre EE. UU. y China, los asesinatos y las protestas civiles en Perú o Brasil y la ocupación del Tíbet, esta obra toma un cariz especial, siendo su mensaje más necesario que nunca.

A lo largo de la obra, se nos presenta una sociedad enfrentada y violenta que necesita de las guerras de cualquier índole para poder vivir, como si de la guerra naciera un impulso vital tremendamente necesario para nuestra propia existencia.

El padre, el abuelo y el bisabuelo de Pacífico, marcados por la Guerra Civil, la de Marruecos y la última de las contiendas carlistas, respectivamente, no pueden concebir que el muchacho no tenga una guerra que librar y que nunca llega. La obsesión hecha diálogo: “Tu guerra debe estar al caer, Pacífico”. Surgen los cuestionamientos, las señalaciones y Esa Palabra: ¿Pacífico es maricón? ¿Es Pacífico un hombre realmente?  ¿Está sano mentalmente? ¿Qué le ocurre a este muchacho que detesta las guerras y la crueldad? 

Pacífico cae bien. Pacífico cae de puta madre. “Cada hombre tiene su guerra, lo mismo que tiene una mujer”, a tal conclusión llega el ingenuo Pacífico Pérez quien al final, sin comerlo ni beberlo, ajeno a una sociedad en la que no ha sabido ni querido integrarse, morirá aplastado por quienes dictan las normas y recorren los recovecos del sistema para su propio beneficio. Hecha la ley, hecha la trampa, que diría el refranero popular. Como nos pasa a muchos, desgraciadamente – añado yo –, porque… ¿Cuántos Pacíficos ha podido haber en la Historia de la Humanidad? ¿Cuántas personas deben regirse por unos convencionalismos sociales implantados con los que no concuerda? ¿Están marcados todos los Pacíficos por el mismo sino? 

Esta versión realizada por el prestigioso dramaturgo Eduardo Galán, que ha contado con el apoyo de Carmelo Gómez, natural de León, para adaptar la manera de hablar y hacerla más real, se erige bajo la batuta de Claudio Tolcachir, director de teatro argentino con una trayectoria envidiable tanto en Argentina como en el extranjero. Todo un equipo cohesionado que funciona a la perfección formado por Miguel Delibes, Claudio Tolcachir, Eduardo Galán, Jesús Cimarro, Carmelo Gómez y Miguel Hermoso. 

Una obra que sobresale por la maestría de la interpretación y el debate posterior que surge sobre la justicia, la moralidad y la ética, las nuevas masculinidades, la importancia de marcar la diferencia, el placer de vivir según nuestras normas y la necesidad de, en ciertas ocasiones, plantar un pie y defenderse.

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Señora de rojo sobre fondo gris: la historia de amor más puro

El gol de Iniesta. Aquel “Pedrooooo” de Penélope Cruz en la gala de los Óscar del 2000. El pendiente perdido de La Faraona o ese “yo he venido a hablar de mi libro” espetado por Francisco Umbral.

Son hitos que forman parte de la memoria de los españoles; como si estos momentos recogieran de algún modo lo que somos, nuestra esencia. A esa lista, yo también añado la voz de Pepe Sacristán. Porque él lo vale.

Parece que las novelas de Miguel Delibes estaban hechas para ser representadas en el teatro. Y triunfar, por supuesto. Ya lo vimos en su momento con Lola Herrera y sus “Cinco horas con Mario” – porque son sus cinco horas con Mario – que ha interpretado desde 1979 hasta 2022. También se han llevado al teatro otras novelas como “La hoja roja” o “Las guerras de nuestros antepasados”, que se estrenará en el Bellas Artes en febrero de 2023. En “Señora de rojo sobre fondo gris” también se recoge la muerte, la soledad, la memoria sentimental, el paso del tiempo, las cosas que se quedaron por decir a quien ya no está y el amor como el sentimiento más puro. El texto nace como un recuerdo y un homenaje póstumo a la mujer del escritor que Sacristán sabe reconocer, valorar y engrandecer. No en vano, el propio Sacristán fue amigo del escritor y éste le concedió los derechos para versionar la obra. Al final del monólogo, tras los aplausos correspondientes totalmente merecidos, cae un solemne “en honor de Ángeles de Castro, puesto que, sin ella, sin su aliento, sin sus ánimos, no conoceríamos muchas de las obras de Delibes”.

Tal y como comentó el escritor en su momento, aquella mujer sensacional fallecida de un tumor cerebral a los 51 años y que, con su sola presencia, aligeraba la pesadumbre de vivir, fue su mitad. 

Estamos en 1975, Nicolás es un pintor prestigioso en plena crisis creativa. Consumido por la tristeza y el estrés por la incapacidad de pintar y de que acudan los ángeles (las musas), evoca recuerdos tristes de su vida. Por un lado, la detención de su hija y su yerno por motivos políticos. Por otro lado, la enfermedad y la muerte de su mujer, Ana, que le hace abandonar la pintura, descomponerse y preguntarse cómo va a vivir a partir de ahora. ¿Cómo se combate la soledad, la pesadumbre, el abandono?

Es curioso cómo un solo actor abarca el escenario por completo y lo llena. No resulta difícil de creer tratándose de un actor que arranca desde la pasión y ha sabido escoger su trabajo en base a la auténtica vocación. ¿Qué diría aquel niño que venía de la tierra de los ajos si se viera a sí mismo ahora sentado desde una butaca? Al trabajar con pasión y desde el buen hacer, se nota que el texto es completamente suyo: las pausas para rellenarse la copa, las miradas al vacío, la modulación de la voz en según qué momentos… Es tan impresionante el talento de este hombre que hasta los silencios los llena, creando en el espectador un cierto desasosiego en compenetración con el ambiente de la obra.

En “Señora de rojo sobre fondo gris” nos encontramos un escenario lúgubre, deshabitado y descuidado. La buhardilla le sirve como refugio para evadirse de sus pesares, si no los llevara dentro y a cuestas. Hay cuadros sin terminar porque los ángeles no acuden – ¿es posible que estén ocupados acunando a alguien? –, el polvo se acumula, las botellas de licor parecen más vacías cada vez y aquella chaise longue de estilo victoriano hace mucho que no siente a dos amantes cobijarse en su tela. Y en el medio de aquel escenario, un hombre solitario con mirada lánguida nos narra sus miedos.

No es de extrañar que el Teatro Bellas Artes cuelgue a menudo el cartel de “todo vendido” o sold out, salvo que ahora se cuelga en sus redes sociales. Tiempos modernos, supongo, aunque con la esencia de siempre.

Eso sí, a los espectadores les aconsejo apagar los móviles completamente, evitar los excesos de tos y levantarse para aplaudir en cuanto acabe la obra. Ahora sólo queda preguntarse quién será el guapo que se atreva a rescatar este texto en un futuro (esperemos que muy lejano) y competir con semejante actor; la sombra de Sacristán es alargada.

 

Y como conclusión que me atrevo a compartir, diré que la obra supone un alegato a favor del arte, que siempre queda, como una forma exquisita de alcanzar la inmortalidad. Así pues, tanto la novela, como la obra como el retrato de Eduardo García Benito realizado en 1962 nos presentan la historia de amor y duelo de Miguel Delibes y Ángeles de Castro, uniéndoles no sólo a través del amor, también a través del arte y la cultura por toda la eternidad.

Quizás su amor, como tantos otros, también forme parte de la memoria sentimental de este país.

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‘Viva la Pepa’: cómo sobrevivir a la fama y a la sociedad, y hacerlo con gracia

La nueva comedia protagonizada por Pepa Rus

En la vida siempre necesitamos alicientes. Ya sea una onza de chocolate, una hora (o varias) tomando algo con los amigos o una película con mantita. Necesitamos algo que nos sirva como meta para que acabemos rápido lo que sea que estemos haciendo, o viviendo. Pues bien: esa es Pepa.

Pepa es ese alguien que te da energía positiva, aun viviendo algo que dista mucho de ser así. Es la simpatía en la que te centras para llegar a la meta. Y es que ella es, simplemente, pura luz.

Pepa Rus es Pepa, la única madre soltera de dos gemelas de Melilla que tiene la positividad y la alegría de quien no tiene nada más. Un día, sin embargo, todo cambia cuando rescata a un águila en peligro de extinción y se convierte en toda una estrella. Periodistas, políticos,  medios de todo el mundo e incluso la realeza quieren tenerla al lado… hasta que acaban olvidándose de ella, y ninguna de las promesas sobre mejorar su vida y la de sus hijos se cumplen. Eso sí, antes de que su popularidad desaparezca por completo, Pepa tiene un plan: convertirse en la alcaldesa de Melilla y ayudar a sus habitantes.

“¡Viva la Pepa!”, dijo Pepa Rus nada más pisar el escenario con un chándal gris y un carrito de bebé de dos plazas. Nos encontrábamos en el Teatro Lara, en una calle paralela a la Gran Vía, resguardada de los flashes de turistas dirigidos al edificio de Schweppes. Y dentro del teatro, de esa fachada que te pide entrar y disfrutar de su entrada con cristales y columnas de época, está la sala Lola Membrives. Se trata de una pequeña estancia a la que entras bajando por unas escaleras, como quien descubre un tesoro en el sótano de su casa. Está formada por un escenario en el centro y filas de sillas rodeándolo, y a los tres elementos en los que nos centraremos los siguientes 65 minutos: un carrito de bebé, un versátil bloque gris y la indiscutible Pepa (la Chimpa). Fue aquí donde varias personas respondieron a Pepa Rus con un “¡Viva!”.

“Me va a gustar”, pensé justo después de esta primera intervención. Y no me equivocaba.

Creada por Juan Luis Iborra y Sonia Gómez, esta historia nos presenta la realidad en su más absoluta crudeza. Nos habla de pobreza, del proceso de ascenso y descenso de la fama, y de una sociedad actual en la que las prioridades están difusas. Y sin embargo, no hay un solo momento en el que no lo pases bien. Ya sea por el desparpajo de Pepa o por su ingenua naturalidad, lo cierto es que te roba el corazón (y la risa) desde el principio, y te dura hasta el final. Dirigida por Juan Luis Iborra, la obra nos habla de la realidad, sí, pero no se recrea en esas verdades amargas, sino en cómo solucionarlas. O, al menos, en aceptarlas con gracia.

Pepa hace ayuno intermitente involuntario y vive bajo la pobreza en recursos de todo tipo y condición. “Aunque riqueza en el alma”, como nos cuenta que le dijo un día Vicenta, heladera y su mejor amiga. “Pero el alma no alimenta”, le respondía nuestra protagonista a su vez. Y es que es una historia de realidad. De estar arriba, abajo y de levantarse para intentar llegar a un estado vital intermedio. Y aun así, a pesar de contarnos algo tan crudo, si te lo dice Pepa, nuestra protagonista de Melilla, todo cobra un significado y una filosofía distintos.

Con una rapidez de pensamiento increíble, el espectador presencia la vida de la protagonista de una manera tan ágil que ni siquiera te hace consciente de que está pasando el tiempo. Un tiempo marcado por una iluminación distinta ideada por Juanjo Llorens que, junto a la escenografía de Eduardo Moreno, ayuda al público a dividir el tiempo inconscientemente.

Y gracias a Pepa Rus, porque Pepa no sería Pepa si no fuera por ella. El monólogo dura más de una hora, y el público no se cansa de verla en ningún momento. Y ella parece que tampoco. Se mueve por el escenario y se queda quieta; nos hace reír y nos deja pensando sobre algún comentario supuestamente ligero pero lleno de significado al que le das vueltas al salir de la obra. Haga lo que haga, se mete al público en el bolsillo desde el principio. Y nosotros lo aceptamos de buen gusto, porque sería antinatural no dejarla hacerlo.

No tengo nociones de interpretación, tengo que admitirlo, así que no sé cuánta validez puede tener mi opinión, pero memorizar más de una hora de monólogo tiene que ser complicado, y mucho. Y hacerlo con gracia, aún más. Pero ahí está Pepa Rus, con la voz clara con cada línea y haciéndonos sentir cada palabra. Nos convierte en sus confidentes y nos deja con las ganas de tener su número de teléfono, burofax o e-mail para seguir hablando con ella de la vida.

Nos habla como amigos, como quien queda con su grupo de la infancia a actualizarse la vida desde hace tiempo. Interactúa con las filas de sillas, haciéndonos partícipes sin ser protagonistas. Nos hace parte de su historia y, por tanto, de su vida.

Una vida que pudo haberse convertido en un juguete roto, pero que no llega a serlo gracias a la candidatura a unas elecciones a la alcaldía de Melilla. ¿La razón? Ayudar a los demás y evitar que sus vecinos se quemen por el sol y tengan los dientes mal alineados.

Viva la Pepa, sí, y vivan todas las Pepas que salvan águilas todos los días y de las que nadie se da cuenta.

 

Por: Marina Carrasco

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Entrevista a Anna Castillo: «Transformar a las personas a través del teatro es un sueño hecho realidad»

Pasión y energía son dos adjetivos que definen perfectamente a Anna Castillo. Por la vida y por el teatro. Desde las actuaciones en el colegio cuando era una niña hasta su gran noche recibiendo el Goya a Mejor Actriz Revelación, la joven actriz ha vivido una carrera intensa tanto sobre las tablas como en la pequeña y gran pantalla. La dulce Dorita en Amar es para siempre, la cañera Susana Romero en La Llamada, la entrañable Alma en El Olivo y la enérgica Lucía en La Pilarcita son algunos de los personajes que han acompañado a la intérprete a la cima. Hoy en El Blog de Taquilla.com hablamos con Anna Castillo sobre sus proyectos, sus ilusiones y las claves de su éxito.

Tras triunfar con La Llamada, vuelves al Teatro Lara. Este lugar tan emblemático debe ser ya como tu segunda casa.

«Sí. Con La Llamada fueron tres años, así que para mí este lugar es muy especial. Me da un punto de seguridad volver a actuar aquí. Si fuera otro teatro quizá me daría un poco más de vértigo. Pero aquí siento que estoy en casa. Me hace mucha ilusión. No puedo compararlo con otros, porque no he trabajado en muchos más. Sin embargo, es verdad que al Teatro Lara le tengo un cariño especial desde el principio. Es una bombonera por la que ha pasado tanta gente… De hecho, el fantasma de Lola Membrives está por aquí y es una maravilla. Desde siempre me ha parecido un teatro muy romántico y bonito.»

Ahora vuelves con La Pilarcita. ¿Qué nos puedes contar sobre esta obra?

«La Pilarcita es una historia de tres mujeres que se encuentran en un pueblo de Extremadura durante el fin de semana en el que se celebra La Pilarcita. Es una santa a la que la gente lleva flores y muñecas y pide milagros. Hay dos chicas, Luisa y Lucía, que son del pueblo y regentan una casita para que la gente de la ciudad se hospede. De repente aparece Selva, que llega desde Madrid para hospedarse allí. Es la historia de estas tres mujeres, que están un poco perdidas y luchan por conseguir sus milagros con fe en que las cosa pueden cambiar e ir a mejor. Para mí es una historia sobre todo de fe y esperanza.»

 

La Pilarcita se estrenó en Buenos Aires de la mano de María Marull y ha triunfado. ¿Cómo ha sido el proceso de importación y adaptación?

«Ha habido cambios principalmente en el texto, ya que estaba escrito en argentino. Chema Tena, el director, cambió el textó al español. Aunque de vez en cuando encontramos algo que sigue sonando raro y lo cambiamos. La historia es la misma, está intacta. La Pilarcita es una celebración que no existe en España. Es una santa pagana de un pueblo de Corrientes, en el interior de Argentina. La hemos trasladado tal cual, como si estuviese aquí.»

Interpretas el papel de Lucía, una joven del pueblo. ¿Cómo te has preparado para meterte en la piel de este personaje?¿Qué tiene Lucía de Anna y con qué se queda Anna de Lucía?

«El proceso ha sido curioso, porque esta historia está bien contada cuando encuentras el equilibrio entre las tres actrices. Para ello, hemos pasado por varios puntos. Lucía es una chica con mucha vitalidad, energía y unas inmensas ganas de vivir. A la vez es inocente y carismática. Su ilusión por la vida es desbordante y quiere tener experiencias nuevas sin renunciar a su pureza y bondad. Lo que compartimos es que ambas somos chicas muy enérgicas y con muchas ganas de vivir. Ella es más inocente, más buena y más pura que yo, por sus circunstancias. Lucía me parece un personaje totalmente admirable.»

Debutaste con La Llamada en la sala principal. Ahora con La Pilarcita estáis en la sala Lola Membrives. ¿Cómo vives este cambio? ¿Qué tiene de especial?

«A mí me encanta, me parece que es precioso. El otro día ensayamos La Pilarcita en en la sala grande y pensé que era mejor esta. Es verdad que el hecho de tener al público tan cerca da vértigo y añade responsabilidad y nervios. Aquí no hay trucos. Ellos están ahí contigo, como si formasen parte de la historia. Parece que si estás en lo alto del escenario impone menos actuar. Al menos a mí me parece que aunque exige mucha más responsabilidad, el hecho de tener a la gente tan cerca es muy bonito

 

 

A parte del teatro, hemos podido verte en series de televisión y películas. Cada formato tiene su técnica, pero ¿tienes alguno favorito?

«No tengo ninguno favorito. Al fin y al cabo, a mi me gusta currar, me gusta mi trabajo y hacer personajes bonitos. Me es indiferente el formato. Es verdad que cada uno tiene sus cosas. El teatro es lo que más responsabilidad y compromiso exige. Para mí es lo más difícil y sacrificado, ya que tienes que poner el alma en ello. Estás sola en el escenario y debes estar comprometida con ello al cien por cien pero, por otro lado, te mantiene en forma. Te da tablas. Es una forma de entrenarte constantemente. En el cine y la televisión lo guay es que formas parte de un equipo en el que te pones en manos de un director, un montador, un sonidista… y al final, entre todos, creáis una pieza. Es más fácil porque te apoyas en tus compañeros. Todo tiene sus cosas buenas.»

Hablando de cine, ¿cómo le cambia la vida a la ganadora del Premio Goya a la Mejor Actriz Revelación?

«De momento todo sigue igual. Lo único que ha pasado es que ahora tengo un poco más de visibilidad. Estoy un poco más expuesta, pero no ha cambiado nada. Esa noche fue un subidón. Lo recuerdo como si lo hubiese soñado. Fue una noche divertida y llena de ilusión, pero enseguida me bajé de la nube. Sigo currando mucho, como estaba haciendo antes. Solo espero que el Goya sea, en algún momento, el aval de confianza para que pueda seguir trabajando sin parar.»

Has vivido una intensa carrera hasta llegar a ese momento. Comenzaste desde muy pequeña en el mundo de la interpretación, en un momento en el que el ser productivo prima sobre hacer lo que uno ama. ¿Ha sido un camino fácil?

    «Tuve el privilegio de empezar a actuar muy pronto y la suerte de tener unos padres que me apoyaban mucho. Me veían muy feliz haciendo obras del teatro en el colegio o haciendo el idiota. Desde muy pequeña empecé a compaginar pequeños trabajos que me salían con los estudios. Hasta que no me vi dedicándome a esto no dejé de estudiar. Llegué hasta tercero de psicología. Comencé la carrera a distancia para poder compaginarlo con los posibles trabajos de actriz que me saliesen. Llegó un momento en que vine a Madrid a trabajar en una serie diaria y La Llamada a la vez y vi que necesitaba dedicarme enteramente a ello.»

 

 

Te fue bien, entonces…

«Desde ese momento, gracias a Dios, he ido enlazando un trabajo con otro. Obviamente, hay momentos con más y otros con menos, pero no he parado y eso es una suerte muy grande. No sé si seguirá siendo así, ya que soy consciente de que todas las carreras tienen parones. Sé que forma parte del plan, porque la carrera de actriz es así, pero espero llevarlo lo mejor posible.»

Tanto en La Llamada como en La Pilarcita se transmiten mensajes tan importantes como la aceptación de uno mismo o la persecución de los sueños. ¿Cuál crees que es el papel del teatro respecto a esto?

«La experiencia que he tenido con la Llamada ha sido emocionante. Yo, como actriz, intento mandar un mensaje, pero a cada uno le cala de una forma distinta. Si alguien viene a ver una comedia, quiero que se lo pase bien. Si viene a ver un drama, quiero que se emocione. No puedo esperar más allá. Sin embargo, con La Llamada he tenido la experiencia de que a algunas personas les ha cambiado la vida. Les llegó tanto el mensaje que fueron un poco más felices con ellos mismos. Conseguir eso es una pasada, un sueño hecho realidad.»

¿Crees que será igual con La Pilarcita?

«Con la Pilarcita, si le pasa a alguien, nos hará muy felices. Creo que el papel del teatro, más allá de disfrutar el momento, es que cada uno salga transformado de la función. Aunque sea un par de días, que algo cambie en sus vidas. Si pasa esto, ya habrá valido la pena.»

Fuera de los escenarios también eres un referente para muchos jóvenes, sobre todo ahora con las redes sociales. ¿Cómo lo llevas?

«No lo pienso, porque no quiero ser el referente de nadie. No quiero esa responsabilidad. Evidentemente siempre tienes referentes. Yo misma cuando era adolescente los tenía y ahora también. Pero yo no asumo ese papel, porque no me considero referente de nadie ni pretendo serlo. En mis redes sociales intento enseñar cómo soy, ser lo más natural posible, ser consecuente con lo que digo y lo que hago. Si a alguien le gusta y quiere seguirme, genial.»

 

 

De cara al futuro, ¿se te plantean nuevos proyectos o vas a centrarte en todo lo que tienes abierto ahora?

«Ahora mismo estoy rodando una serie de televisión “Estoy vivo”. Es un proyecto de Globomedia para TVE. Un thriller con toques fantásticos muy guay, en el que formamos el reparto Javi Gutiérrez, Cristina Plaza, Roberto Álamo, yo… La verdad es que es un proyecto genial y estaré con él hasta noviembre. También a tope con La Pilarcita y para el próximo año vienen cosas nuevas, pero de momento está todo en el aire.»

¿Cómo es trabajar con actores que antes fueron grandes referentes para tí?

«Lo siguen siendo. Por ejemplo, estoy trabajando con Javi (Gutiérrez), con quien ya estuve en El Olivo y creo que una vez superada la barrera de la admiración lo bueno es relajarte y aprender mucho de ellos. Con él me pasó esto. Me da unos consejos buenísimos y escuchar todo lo que me quiere transmitir es clave para mí. Estoy feliz por aprender de los mejores.»

También queda muy poco para el estreno de la película de la Llamada. ¿Cómo ha sido el proceso de lleva al Campamento La Brújula delante de las cámaras?

«Para nosotros que llevamos tanto tiempo dentro de esta historia es un regalazo poder dar este paso. Después de tres años dedicando nuestras vidas a esta historia fascinante, mis compañeras, los Javis (Ambrossi y Calvo) y todo el equipo estamos muy felices por esta oportunidad. Yo llevaba tres años intepretando a Susana Romero sobre el escenario, pero solo podía enseñar de ella lo que estaba escrito en el guión. De repente, lo pasamos al cine y puedo mostrar cosas que había pensado, pero que nadie había visto. Lo mejor de la película es que puedes ver a todos los personajes en profundidad. En el teatro les conoces, pero la película te da una nueva dimensión. Creo que se vive de forma mucho más íntima, más emocionante. Entonces, para mí y para mi personaje es un auténtico regalo. Estoy muy orgullosa de que hayamos conseguido esto, porque es una muestra de que con fe y trabajo puedes llegar muy lejos.»